En las tertulias con los compañeros/as del trabajo, en la hora del café matinal, mientras nuestros alumnos se relajan por unos minutos de la actividad del aula, nosotros, unos cuantos hablamos de todo, bueno de casi todo y, salvo en los casos que nos enzarzamos en discusiones bizantinas que afectan a la clase política y sus aburridas intrigas, en el resto de los casos se habla de asuntos de gran interés que, además, por nuestra diversidad formativa permite un sustancial enriquecimiento al tratar los temas desde distintos puntos de vista. Saludo pues a mis colegas desde esta ventana de la ciencia y entro directamente en el tema que nos ocupa.
Hablar de canibalismo en los tiempos que corren y además hacerlo desde la perspectiva de un ciudadano de un país civilizado puede resultar anacrónico y de escaso interés. Sin embargo pienso que es muy interesante el asunto y además debería ser motivo de una reflexión por parte de mis lectores.
De las dos formas de canibalismo que se pueden diferenciar, canibalismo por hambre y canibalismo ritual, me voy a referir más bien al ritual. Es decir trataremos de responder a la pregunta: ¿usted se comería a alguien, aun sin tener hambre?
Evidentemente aquí la expresión comer se debe interpretar en un sentido figurado, pero siempre, eso si, con el acento puesto en el verdadero sentido de la palabra: tomar para si en su totalidad a otro ser, poseerlo en el más absoluto grado. “Sin dejarse ni los huesos”.
Empezaré diciendo, para los que se escandalicen del atrevimiento de mi pregunta, que lo de comerse a alguien no es nada raro, hasta en nuestro idioma se hace referencia al “yo te comería”, “me lo comería entero”, ¡que rico es el niño!, “esta para comérselo”, “¡que bueno/a está este/a señor/a!”, etc.. A ello, no olvidemos sumarle la idea que la propia religión cristiana induce a sus fieles cuando les ofrece, en su principal ritual, la eucaristía, el “cuerpo del Cristo” a un acto de canibalismo ritual, además de beberse su sangre. Ritual este, dicho sea de paso que no inventa la religión cristiana, sino que ya existía en las antiguas religiones. No es, pues, ninguna cuestión baladí que ustedes se hagan la pregunta. Comer el cuerpo de Cristo es un símbolo pero también una actitud de “canibalismo espiritual”. Discúlpenmele aquellos amigos que son asiduos a la eucaristía dominical, no tengo absolutamente nada que objetar con relación a esta devoción o mejor fe. Me emociona profundamente la idea de que una persona sea capaz de sentir a Dios dentro de sí, debe ser una experiencia fantástica, yo créanme que lo intenté en numerosas ocasiones, sin resultados. Hablo con todo el respeto que me merecen las creencias de los demás, mejor dicho respeto la libertad religiosa y de pensamiento, y la defiendo como un valor humano.
Comer es la manera más primaria y natural de preservar la vida. Nosotros nos alimentamos comiéndonos a otros seres, extrayendo de ellos la sustancia “vital” que nos alimenta y garantiza la supervivencia. La diferencia podría ser, de hecho es, que el canibalismo es comerse a los de tu propia especie. Aquí las cosas se complican, pero se complican por un tema cultural, por unos códigos éticos y morales. Estamos refiriéndonos al canibalismo a través del rito. Pero no está muy lejos el rito de la necesidad, o quizá mejor dicho, la necesidad da paso al rito.
En la mitología griega, al dios Crono se le profetizó que uno de sus hijos le destronaría, por lo que cada vez que nacían sus hijos, los devoraba; pero su esposa Rea, harta de esa costumbre, cuando iban a nacer su quinto y sexto hijos, Rea parió en secreto y una vez nacido Zeus, le dio una piedra en lugar de su hijo; lo mismo ocurrió con Poseidón, que comió un potro, en lugar del hijo. Una vez crecido Zeus, obligó a su padre a vomitar a sus hermanos: Hera, Deméter, Hestia y Hades.
¿Quieren más pruebas? Las hay no lo duden. Quisiera abundar en ese sentimiento primario de posesión total del prójimo o congénere, haciéndolo, desde luego, desde la perspectiva de un impulso primario, que yo no tacharía a priori de patológico, si bien es importante matizar que no me estoy refiriendo a comerse las vísceras y huesos del prójimo sino más bien a la necesidad de llevar hasta dentro de uno mismo la existencia de ese prójimo a participar de su ser de una forma íntegra. Piensen en el sentido de posesión que se ejerce en las propias relaciones entre parejas de seres humanos, cuando lo más lógico, bajo el punto de vista de la evolución de nuestro intelecto seria todo lo contrario, es decir amar al otro pero dejándole libre, no poseyéndolo.
El abrazo humano quizá es la herencia socializada y normalizada de ese instinto de posesión. La madre quizá abraza al hijo para liberarle de los peligros externos en un intento de volver a retórnalo a su seno para protegerle. Algo así podríamos decir del abrazo de los amantes en el que de nuevo aparece ese impulso, esta vez mezclado con otro poderoso impulso que es el deseo sexual, quizá el más poderoso de los impulsos que hemos heredado de nuestros ancestros homínidos, y gracias al cual, dicho sea de paso, podemos gozar de nuestra existencia como especie.
No pocas culturas y religiones han incorporado la idea de que comiéndose al enemigo se adueña uno de su espíritu. En la guerra este hecho se daba con mucha frecuencia en los orígenes de nuestra civilización.
La ingestión de carne humana fue y es realizada por muchos pueblos indígenas, las razones de esta ceremonia, según los antropólogos, es incorporar las cualidades del enemigo (sagacidad, habilidad para la caza, inteligencia o la fuerza física) que de esta manera se transfieren a la persona que ingiere la carne.
No quiero asustarles con el tema, ni que me interpreten en el plano puramente mórbido. Si lo piensan bien nuestra sociedad moderna, envuelta en su hedonismo y culto a la belleza, mantiene valores que bien pudieran estar relacionados con este asunto. Los seres humanos cuando ostentan poder, sienten la tentación de ejercer el dominio sobre los demás y se produce una especie de canibalismo de las ideas y de las conciencias. El aparato publicitario sabe mucho de este mecanismo y lo utiliza fagocitando de manera sutil conciencias y voluntades en una especie de canibalismo cultural económico y social a través de la publicidad. Quizá la televisión es una enorme boca que usted tiene instalada en su casa y que se traga a toda la familia a través de una especie de sueño hipnótico o quizá un viaje maravilloso al mundo de los deseos. Quién sabe, es posible que existan caníbales disfrazados por la calle que se comen y se beben su sangre y usted es tan feliz siendo comido.
La gigantesca máquina de poder en la que se sustenta nuestra civilización engulle a los seres humanos en un canibalismo sutil, pero terriblemente eficaz, alimentándose de conciencias y atacando frontalmente la libertad del ser humano que en definitiva el vector que más resistencia ofrece a la práctica caníbal.
Por favor no se deje comer. La vida es muy bella pero bastante complicada de vivir en libertad. Huya de los caníbales.
lunes, 15 de febrero de 2010
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1 comentario:
Valga el cortometraje "Tendresa" como ratifiación audiovisual a su erudita argumentación. Atentamente, el director.
http://www.youtube.com/watch?v=rdatumZTjt4
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