miércoles, 20 de abril de 2011

Más allá de las nubes

Cuando era niño y salía al campo con mi padre. Las fronteras para mi eran muy cortas. Las distancias que recorríamos en bicicleta me parecían enormes, hoy aquella “cartografía de mi infancia” se ha estrechado notablemente y, a veces, cuando hago algún viaje lejano no dejo de sentirme fascinado por la capacidad que tenemos de desplazarnos con los medios tecnológicos que contamos. El mundo se me fue haciendo cada vez mayor a la par que yo adquiría una conciencia más amplia de mi existencia junto a la existencia de los demás seres.

Vivimos en un planeta pequeño e insólito que orbita alrededor de una estrella llamada Sol, de tamaño mediano que forma parte de una galaxia llamada Vía Láctea que a su vez pertenece a un cumulo estelar denominado Grupo Local y este a la vez pertenece al super cúmulo llamado Virgo que se encuentra más bien en un extremo del universo conocido.

Cuando paseamos por el campo y miramos al cielo, la presencia de nubes pone límite al espacio real que conocemos. Más allá, por encima de ellas, la imaginación nos permite construir un mundo que con toda probabilidad nunca llegaremos a habitar, al menos nuestra generación. De este mundo a veces buscamos una explicación científica y otras preferimos imaginarlo y transformarlo en nuestros sueños, de tal manera que el universo real y el imaginario se aproximan y se abrazan. La ciencia pone luz a través de la razón y la poesía pone emoción a través de la imaginación.

La ciencia, a lo largo de la historia del hombre, ha ido colocado cada vez más lejos el cartel de “desconocido” en el horizonte. Los griegos y romanos lo tenían colocado en nuestra península ibérica, “Finisterre” o en “las columnas de Hércules”, hoy la ciencia coloca el cartel una distancia de 13.000 millones de años luz, en donde situamos la galaxia más lejana. Más allá, nuestros ojos no son capaces de ver y nuestra mente sólo puede imaginar.

Desde la altura, cuando viajamos en un avión, el paisaje se convierte en un plano multicolor de dos dimensiones, a una distancia de diez mil metros, uno siente vértigo, una desconexión del espacio al que estamos acostumbrados, una especie de sueño que nos hace muy frágiles y pequeños bajo la inmensidad del cielo, una emoción que nos sobrecoge y nos invita a franquear los límites de nuestro propio destino para responder a la importante pregunta: ¿de dónde venimos a donde vamos? Sentimos la añoranza de un mundo más allá de éste, la necesidad de justificar nuestra existencia como consecuencia, principio y fin de un orden universal. Nuestro pie deja de pisar la tierra y se apodera de nuestra mente una sensación de libertad, una emoción que nos acerca a las estrellas, nos aproxima a nuestro pasado y quizá también de nuestro futuro.

Hace unos días la Luna se nos mostraba especialmente iluminada. Fue una “Luna de Perigeo”, hasta un 14% más grande y un 30% más brillante que las demás lunas llenas que hemos visto este año. Se trata de que la luna esta en el punto más próximo a la Tierra de su órbita. Coincidió además que el fenómeno se produce cada 18 años, lo cual añadió interés al asunto. ¿No les parece fascinante? Esa noche salí a ver la Luna y comprobé la magnificencia de su presencia en el cielo, más iluminada, más cerca.

¿Se imaginan la sensación de estar allí, pisando aquel suelo? Viendo la Tierra ocupando gran parte del horizonte, recortada sobre un fondo negro lleno de estrellas. Esa noche la Luna se nos aproximó para tocarnos con sus dedos de luz y hacernos comprender que la infinitud se acorta a medida que nuestro deseo de volar se hace mayor.

El 8 de febrero de 1599 un tribunal de la Inquisición declaraba herético, impenitente, pertinaz y obstinado a un fraile dominico de 34 años, nacido en Nápoles llamado Giordano Bruno principalmente por sus enseñanzas sobre los múltiples sistemas solares y sobre la infinitud del universo.

El proceso fue dirigido por Roberto Belarmino, arzobispo, inquisidor y cardenal de la Compañía de Jesús al que se le conoció por el sobrenombre de “el martillo de los herejes” que fue el mismo que dirigió el proceso inquisitorial contra Galileo Galilei. Giordano una vez escuchada la sentencia del tribunal que le condenaba a la hoguera dirigió una famosa frase a sus jueces: "Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla". Fue expulsado de la Iglesia y sus trabajos fueron quemados en la plaza pública. Fue quemado vivo el 17 de febrero de 1600 en Campo dei Fiori, Roma.

Giordano Bruno comprendió la necesidad de llevar las fronteras mas allá, de caminar hacia lo desconocido y por ello, otros hombres, empeñados en mantener los principios involucionistas de la fe religiosa, lo quemaron en la hoguera.

Las distancias terminan siempre acortándose. Imaginan como pensaban aquellos grandes navegantes del siglo XV que se embarcaban en sus frágiles carabelas con el fin de trasladar el “finis mundi” más allá de los océanos. Recuerdan a Magallanes, navego por la costa oriental de América del sur buscando un a vía de agua que le comunicase con el pacifico y lo consiguió. Meses de navegación, en medio del mar a merced de las inclemencias del tiempo, de los indígenas, de los animales y de la propia naturaleza. Ellos apostaron por ese maravilloso proyecto de trasladar fronteras, de inventar y hacer real sus sueños.

Mientras el ser humano desplace las fronteras del mundo que habita y conoce, se mantendrá vivo el deseo de conquistar el espacio y nos aproximaremos más a nuestro origen.

Aquel mundo que de niños imaginamos de mayores se hace pequeño y el conocimiento que vamos adquiriendo de nuestro mundo nos permite traer los sueños de la infancia a la realidad con la ayuda de la ciencia. La eterna inquietud frente a la inmensidad del cosmos nos permite seguir caminando en busca de fronteras “más allá de las nubes”.

1 comentario:

Clari dijo...

que lindo este relato.. me hace acordar a cuando yo era niña también y vivía en Italia. Con mi padre nos sentabamos por el pasaje de campo dei fiori a mirar a nuestro al rededor