Vivimos la vida a una velocidad cada vez mayor. Gran parte del tiempo que pasamos despiertos lo hacemos sometidos al dictamen de los horarios, perseguidos por las numerosas obligaciones con los demás y con nuestro propio trabajo de manera implacable. Esta nueva forma de existencia en los países desarrollados hace que aproximadamente una cuarta parte de la población padezca el llamado “síndrome de la felicidad aplazada”. Este nuevo padecimiento emerge de nuestra moderna civilización en la que la mayor parte de nuestra vida la vivimos sometidos a la esclavitud del trabajo, permanentemente caminando hacia un futuro en el que depositamos la mayor parte de nuestros anhelos, de nuestras necesidades de ser felices y de crecer hacia dentro para asegurar nuestra propia identidad.
Este síndrome, recogido ya entre los padecimientos del hombre civilizado está provocando importantes daños en la mente y el cuerpo de las personas. Las formas de vivir, impuestas en las grandes ciudades, exigen una permanente dedicación de las personas hacia cuestiones que no producen ni aportan felicidad, a obligaciones creadas asociadas por modelos de vida y comportamiento que nos vienen dados y de los que es muy difícil librarse.
¿Para cuando dejamos la felicidad? La felicidad, es decir los comportamientos y las actitudes que nos hacen felices, cada día están mas lejos y reñidos de nuestra vida social y laboral. Parece que estamos diseñados para consumir y para trabajar, cuando es todo lo contrario. El instinto de supervivencia y la lucha por la vida, en la naturaleza es una constante a la que se acogen prácticamente todos los seres vivos; la excepción somos los seres humanos. Somos la excepción porque estamos dotados de inteligencia y porque tenemos conciencia de nosotros mismos y de nuestra vida. Eso nos distingue de los animales y eso es lo que nos debería mover para optar por estrategias vitales de felicidad.
Les propongo un sencillo experimento. Un día cualquiera de trabajo (no de fiesta) quítese el reloj de la muñeca al levantarse y deje que transcurra todo el día sin el reloj. Prepare una hoja de papel y marque tres líneas. Cada vez que tenga la necesidad de saber la hora apunte un “palito” en la primera línea, si puede aguantarse sin preguntar o mirar la hora apunte el “palito” en la línea segunda y si finalmente tiene que preguntar a alguien o mirar un reloj escriba el palito en una tercera línea. La primera línea, al final del día, mostrará las veces que sintió el impulso de saber la hora, la segunda línea le mostrara las veces que puedo continuar con la actividad sin necesidad de saber la hora y la tercera línea le indicará las veces que necesariamente tuvo que conocer la hora para poder continuar su actividad. Los resultados de éste experimento le darán una idea de cuál es el grado de dependencia que usted mantiene con el tiempo y a la vez le podrá descubrir si vive su vida de forma equilibrada y no posee el síndrome del “estrés temporal”.
A propósito de este nuevo síndrome de “estrés temporal”, ¿han oído ustedes hablar del movimiento “Slow”? No, pues bien, este movimiento pretende poner freno a la actividad frenética de los seres humanos y recuperar y ejercer dominio sobre el devenir de los acontecimientos; es decir perder en cierto grado la dependencia de los horarios y los compromisos ligados al tiempo, adquiriendo protagonismo en la planificación de nuestra vida a costa de dejar de estar supeditados al dictamen de otros agentes externos.
El movimiento Slow se propone tomar el control del tiempo, más que someterse a su tiranía, y encontrar un equilibrio entre la utilización de la tecnología orientada al ahorro del tiempo y tomarse el tiempo necesario para disfrutar de actividades como dar un paseo o compartir una comida con otras personas. Los defensores de este movimiento creen que, aunque la tecnología puede acelerar el trabajo, la comida, etc. las cosas más importantes de la vida no deberían acelerarse.
El movimiento Slow no aboga por la pasividad de los individuos, al contrario, sus seguidores lo que defienden es la posibilidad de que las personas sean capaces de “gestionar su tiempo” de acuerdo a sus deseos y a sus proyectos de felicidad. Esto es realmente muy interesante, y, dejando a un lado lo que puede representar de “moda” esta forma de plantarse la vida, debemos reconocer que un factor clave para recuperar el equilibrio y sentirnos realmente vivos y libres y tener la posibilidad de ganar cuota de tiempo a los relojes que la civilización occidental ha impuesto en los últimos sesenta años.
Bajo el patrocinio de este movimiento surgen distintas áreas en las que se puede aplicar y que constituyen lo que se denomina “Slow food” (comida sin prisas), “Slow Cities “ (ciudades sin prisas). El movimiento Slow invita a “pisar el freno” en nuestras vidas y reconducirlas hacia un mayor disfrute en todos los sentidos, siendo denominador común una mayor dedicación de tiempo a las pequeñas cosas que nos pueden hacer felices y sobre todo a liberarnos de la frenética actividad laboral y a veces social que pretendemos llevar.
Al amparo del “Slow Food” y el “Slow Cities” han surgido otras concepciones que reivindican también el apretar el freno ante el ritmo de vida occidental. Estas son, por ejemplo: El “Slow Sex”, que defiende el sexo con la caricia, el abrazo y la recreación en el contacto íntimo entre personas, la “Slow Medicine”, que consiste en dedicar el tiempo necesario a cada paciente, algo que parece imposible en los sistemas sanitarios colapsados de Europa y el “Slow Work”, con lo que se quiere dar a entender que tomarse el tiempo exacto para realizar las labores en el trabajo, y no la rapidez, es sinónimo de más y mejor producción.
La felicidad, una aspiración eterna del ser humano, esta supeditada a la respuesta que demos en nuestra vida ante esta frenética carrera contra el tiempo a la que nos enfrentamos. Si para ir al trabajo usted tarda dos horas, si apenas conviven usted y su familia en casa, si aprovecha los sábados para meterse en las grandes superficies comerciales para gastarse allí su paga, mientras devora una hamburguesa y toma palomitas a la vez que contempla los monitores con anuncios o escucha las pesadas y dulzonas músicas que lo invaden todo, usted seguirá atrapado en su cárcel.
Un día debe parar su coche y su vida, asomarse al cielo estrellado y pensar cuando fue la última vez que besó a alguien, que saboreó un plato de comida, que escuchó cantar a un pájaro o que simplemente derramó unas lágrimas. Si usted no es capaz de responder a estos estímulos, si estas sensaciones se han borrado de su mente usted será uno más de los afectados por el “síndrome de la felicidad aplazada”.
2 comentarios:
¡Enhorabuena! por el post y el blog.
100% de acuerdo.
Apagando la televisión nos encontraríamos con mucho tiempo libre.
Si embargo, también hay que tener en cuenta que hay gente que no sabe que hacer con el tiempo libre.
Saludos.
"Lo importante de la vida no se debe acelerar" wow¡ gran artículo. Con cuidado lo atesoraremos y lo leeremos constantemente.
Muchas gracias por compartir esta información.
Saludos cordiales.
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