Yo quisiera, difícil quimera, que con versos se escribieran también las ecuaciones que explican el movimiento de los astros.
Escribo hoy día 21 de marzo de 2010 una nueva “ventana de la ciencia” y, a pesar de que el aspecto del cielo y la climatología no son precisamente los más adecuados para recibir la primavera, quiero dedicar este artículo a su llegada, y, por qué no, dedicarlo también a todas aquellas personas que sienten en su corazón la llamada de este resurgir de la vida, la puesta en escena de la renovación y la esperanza, en un paisaje que sale de su letargo invernal y se asoma a la luz y sus colores. Rindamos un homenaje a la poesía, que también es “ciencia del alma” y que nos permite la emoción mientras buscamos las explicaciones científicas a los misterios.
Me pegunto si sería posible describir la evolución de dos células que se abrazan para dar lugar a un ser humano con versos, si acaso sería posible entender la trayectoria del sol en el cielo atendiendo a la música que Vivaldi puso a las estaciones del año. ¿Sería posible?, ¿es posible entender la vida sin la poesía?, ¿podríamos comprender los mecanismos de la vida o el movimiento de la tierra si no existiese la música?, ¿sabríamos interpretar el paisaje si no existiese la pintura?, ¿acaso se comprendería el maravilloso ritual de cortejo del macho en algunas especies si no existiese la danza?
Admiro a los sabios renacentistas como lo fue Leonardo da Vinci (1452-1519), quien cultivó todos los saberes, llegando a ser pintor, escultor, músico, arquitecto, ingeniero, constructor de máquinas de guerra, geógrafo, cartógrafo, urbanista, anatomista y biólogo, entre muchos otros oficios y profesiones. Pienso que solo abrazando el conocimiento en todas sus dimensiones se puede gozar de verdad de la vida y aprender la esencia de su razón de ser, no es posible comprender sin la cooperación de los sentidos, la imaginación y hasta los propios sueños. Ahora, recibir la primavera, es una gran oportunidad para acercar nuestros sentidos al paisaje y descubrir la sinfonía de sonidos, olores, sabores y luz que lo acompañan. En 1619 Kepler publicó una gran obra, La Armonía de los Mundos, que adscribía consonancias musicales y matemáticas al movimiento de los astros. Música y matemáticas, en un principio convivieron en la morada del conocimiento.
La Tierra en sus movimientos de rotación y traslación marca el discurrir de las estaciones del año con una precisión propia del más preciso reloj jamás ideado por un maestro relojero. Ese eterno viajar, en medio de la inmensidad del espacio cósmico, dentro de un maravilloso sistema solar que a su vez viaja a lo largo de la galaxia, es el artífice de ese milagro que cada año se repite: la llegada de la primavera. Esa flor que se abre en la rama de un almendro lo hace por imperativo de estas leyes escritas hace miles de millones de años.
En todos los lugares de nuestro planeta no se puede gozar de este devenir de las estaciones que marca los ciclos en la vida y establece un ritmo en el acontecer de la existencia. Los países que se enmarcan en la línea ecuatorial no gozan del placer de ver crecer las flores en una época, caerse las hojas en otra, recibir la nieve en invierno y recoger las cosechas en verano. En esos países los ciclos estacionales se mezclan y confunden en una única estación, a lo sumo dos. La vegetación y la fauna, en su conjunto, se desarrollan de acuerdo a estos ritmos astronómicos, y esto es una maravillosa armonía que debemos celebrar.
Este año, como “artistas invitadas”, al acto de celebración de la llegada de la primavera tenemos a las Pleyades (palomas en griego). Ellas son un cúmulo de estrellas jóvenes ubicadas a aproximadamente 440 años luz de la Tierra que se formaron a partir de una nube de gas interestelar que colapsaba hace alrededor de 100 millones de años. Las Pleyades son "Siete Hermanas" o “cabrillas”: Estérope, Mérope, Electra, Maya, Táigete, Celeno y Alcíone, que tomaron sus nombres de las hijas del dios Atlas de la mitología griega. Juntas, forman la figura de una pequeña cacerola. Ocurre este año que se produce una conjunción inédita entre estas jóvenes “ninfas del cosmos” y nuestra Luna. Fue un encuentro que se produjo en la noche del 20 de marzo y que se seguirá viendo en la zona del Atlántico Norte y Norteamérica hasta el año 2023. Feliz noche para esperar la llegada de las flores. Una noche para permanecer despierto bajo la bóveda celeste gozando del silencio, poniendo orden en nuestra vida, repasando esperanzas, con la media luna en cuarto creciente y el corro de Pléyades bailando a su alrededor.
Mientras en el hemisferio norte abandonamos el invierno y celebramos la llegada de la primavera en el hemisferio sur abandonan el verano y se disponen a recibir al otoño y en el ecuador, quizá con cierta envidia, nos ven a los unos y a los otros como volvemos a los baúles a recoger o depositar las ropas, de la misma manera que el paisaje se regocija con la luz cambiante en torno a la cual se tejen los sueños y los proyectos de los seres vivos en su discurrir vital. ¡Sencillamente maravilloso!, ¿no les parece? A este inicio y final de ciclo en el calendario astronómico se le denomina equinoccio, del latín aequinoctium y significa «noche igual».
Salir al campo y respirar el aire embriagado de aromas debe ser un homenaje no solo a la ciencia sino también a la poesía. Entiéndalo de esta manera y estarán más cerca de la verdad que buscan.
Se dice que la primavera es el la estación del amor, de la renovación, de los cambios vitales. La ciencia coincide con la poesía y, la una y la otra, indagan en el misterio de la vida para explicar el porqué de esa inquietud, de esa melodía, que se escucha más allá del discurrir caótico y civilizado de nuestra especie. Es como si la naturaleza tocase levemente con sus nudillos en las puertas de las ciudades para anunciar a los seres urbanitas que aquí habitamos, que algo ha cambiado ahí afuera, en ese frágil manto de vida que es la biosfera. Sean felices y disfruten de la vida.
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