sábado, 16 de junio de 2007

Marie Curie: “Madame Curie”


Anochecía en el viejo y destartalado cobertizo de la escuela femenina en donde Marie explicaba física. Aquel laboratorio había sido el lugar de trabajo de la joven pareja de científicos Pierre y Marie Curie durante varios años. Allí habían transformado pacientemente una tonelada de ganga de las minas del valle de San Joaquín, en Bohemia, mediante un rudimentario pero sistemático proceso de depuración las rocas negruzcas de pechblenda para obtener apenas unos gramos de unas desconocidas y mágicas sales de uranio cuyas radiaciones invadían la oscuridad del rincón en donde reposaban cuidadosamente guardas en un tarro de cristal, haciéndose notar mucho mas a medida que la luz del día se marchaba.

Corría el año 1902 y en aquel abandonado lugar se acababa de manifestar uno de

los mas maravillosos secretos que hasta entonces la ciencia había mantenido oculto: La radioactividad.

Marie Skolodowska nació en Varsovia el 7 de noviembre de 1867. El dominio de la Rusia zarista sobre Polonia y la rancia tradición de una sociedad machista suponían una enorme barrera para la mente y la imaginación de aquella joven de talle menudo y vivaracha mirada. Su padre, profesor de física, apenas podía costear sus libros con su sueldo que terminó perdiendo por motivos políticos, y la única solución que Marie encontró para continuar sus estudios de química fue marcharse a Francia en donde se matriculó en la Sorbona y allí, en sus aulas, mirada como un “bicho raro”, atendió con todo su interés y toda su inteligencia las clases de los reputados catedráticos de la prestigiosa institución. Apenas alimentada y viviendo en una destartalada buhardilla. Pero a pesar de todo acabó siendo la numero uno de su clase licenciándose en ciencias físicas y matemáticas.

En 1894 conoció a un joven y afamado científico francés llamado Pierre Curie. Se enamoraron y se casarón en 1895, cuando Marie estaba terminando el doctorado.

En aquella época, en las postrimerías del siglo XIX el conocimiento científico estaba en pleno desarrollo, el gran edificio de las ciencias físicas y la química estaba siendo construido. Desde la experimentación y la observación de los fenómenos se empezaba a desarrollar el amplio campo del conocimiento de los materiales, las radiaciones, la piezoelectricidad, la corriente eléctrica y su relación con los campos magnéticos. Roentgen había descubierto los rayos X y Becquerel había descubierto que la radiación de los compuestos de uranio era registrada por el electroscopio. Por cierto que el electroscopio había sido recientemente inventado por Pierre Curie y su hermano Jacques.

Los esposos Curie después de aplicar minuciosos procesos de depuración de las sales de uranio descubrieron otro nuevo mineral cuyas radiaciones eran hasta 400 veces mayor que las de este, nació en aquel momento un nuevo elemento en la tabla periódica al que Marie Curie bautizó con el nombre de polonio en honor, ironías de la vida, a su Polonia natal, de la que tuvo que salir para llegar a ser con toda seguridad la primera gran mujer científico de la historia. Al polonio le siguió el radio.

Pierre experimenta los efectos del radio sobre su piel. Quemaduras y a continuación heridas. Pronto se comienza a utilizar el radio como tratamiento de los tumores malignos. Nace la «curieterapia». Los ojos del mundo estaban puestos en los esposos Curie, y honores de todas clases comenzaron a llegar hasta el cobertizo que había abrigado silenciosamente y durante tantos años su paciente labor. Empero, Pierre Curie y su mujer eran gentes simples y modestas. El rehusó la Legión de Honor, y hubieron de hacerse esfuerzos para que aceptara en la Sorbona el lugar a que era acreedor. "Pedí, decía, un laboratorio y me ofrecen una cátedra".

En 1903 Marie Curie presentó su tesis doctoral. Era un maravilloso trabajo sobre la radioactividad. Era el justo y merecido premio a su tesón y a su capacidad de trabajo. Había desgranado pacientemente varias toneladas de mineral de pechblenda.

En aquel mismo glorioso año de 1903 los esposos Curie fueron premiados junto con Henri Becquerel con el premio Nóbel de Física por sus estudios de las radiaciones del uranio. Marie Curie después ocho años mas tarde, en 1911 recibió el Nóbel de Química por el descubrimiento del polonio y el radio.

Cuando Marie recogía su segundo premio Pierre Curie ya había muerto trágicamente en 1906 arrollado por un coche de caballos. Marie debió sentirse profundamente triste recibiendo su segundo premio. Cuentan que aquel matrimonio de científicos fue, mientras estuvieron juntos, un modelo de pareja feliz, entregados a su trabajo y a la educación de sus dos hijas, Irène y Eve. La primera seguiría los pasos de sus padres y recibió el Premio Nóbel de Química. La segunda fue periodista y escribió una biografía sobre su madre.

Marie ocupo en la universidad el lugar de su esposo impartiendo clases en la cátedra de física, hasta entonces solo ocupada por hombres. La universidad en aquella época no supo o no pudo tratarla con el merecimiento con el que se había acreditado. Las viejas glorias de la universidad, celosos porque una mujer les hacia tambalear en sus viejas cátedras no le concedieron (por un voto) ser miembro de la Augusta Academia Francesa de las Ciencias.

En la primera Guerra Mundial, ayudada por su hija Irene, que ya tenía 18 años, colaboró con los aliados instruyéndolos en el manejo de equipos de rayos X. Después de la guerra, se dedicó a crear un moderno laboratorio, en memoria de Pierre. El laboratorio se convertiría, posteriormente, en el Instituto del Radio, un centro internacional para el estudio de la radiactividad ubicado en París.

Sus habilidades ya eran de renombre internacional, por lo que viajó con sus hijas, por todo el mundo, para dar conferencias sobre el radio. En Estados Unidos fue presentada con grandes honores. Por la misma época fue nombrada miembro de la Comisión Internacional para la Cooperación Intelectual, por la Liga de las Naciones. A pesar de tener la oportunidad de cosechar éxitos mundanos siempre lucho por su propia intimidad y por su amor y entrega a la ciencia.

Murió el día 4 de julio de de 1934 en Alta Saboya, a los 66 años de edad aquejada de leucemia. Sus manos y su cuerpo fueron el tributo a este arriesgado trabajo en aquel laboratorio desvencijado. La radiación terminó causando estragos en ella y fue el cáncer el que la arrebató de este mundo, fue enterrada en el mismo panteón que su querido esposo Pierre en el cementerio de Sceaux.

Asistieron a su sepelio únicamente su familia y unos pocos amigos, si bien no lejos de allí al otro lado de la verja del cementerio se agolpaba un ruidoso grupo de periodistas a los que alguien mandó callar, haciéndose eco de lo que la gran mujer que fue Marie Curie siempre deseó: la soledad de su laboratorio y la sencillez de una vida dedicada la ciencia, lejos de los mundanales halagos y de las pasajeras lisonjas de salón. Sus últimas palabras, a punto de espirar junto a su segunda hija Eve, fueron “Quiero que me dejen en paz”. Así se despedía de este mundo una mujer que nunca tuvo fácil la conquista del conocimiento ni tan siquiera el reconocimiento de sus colegas, todos hombres, que por los convencionalismos de la época siempre la miraran con cierto reparo.

1 comentario:

Andrea dijo...

Muy buen resumen. Me gustaría linkearlo, ¿quién es el autor del texto?
Gracias